02 septiembre 2006






Cuento


Rojo de felinidad

La mujer escapó… Ya no supo más hasta la otra madrugada… El silencio le dió la bendición, así que decidió ser feliz y enterar a las paredes… El gato estaba descalzo, prefirió tiubear ante tanta dilatación. Prefirió irse a comer lejos de su presencia. Le dió la espalda y la dejó tendida y abierta… Ella intenta la felicidad. Se levanta humedecida de saliva, con los dedos rojos. Se levanta con la piel de frente. Busca al gato en la cocina… Se toca la punta de los senos endurecidos… El gato da veinte vueltas, toca su piel. Está erizado, con toda la tensión del mundo oscilando en su cuerpo. La comida frente a ellos. Ella no lo deja comer. Su olor es más fuerte que el de la carne. Ella se toca con la precisión del espejo. Lo busca, lo encierra, lo obliga. El gato da vueltas y la mira. Ella sonríe demente, vacía, pero abierta, mirándolo con ojos de gata. El la mira con su única mirada, rendido como ese universo encerrado en la cocina, el pasillo y el cuarto. Rendido como el silencio de la mujer. Sin más escapatoria, se entrega al espectáculo que indudablemente tendrá fin, igual que su ronroneo.


Dharma Agustina Padrón Daly 2000

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